Evangelio del día + breve explicación en un minuto.
La Iglesia antes de ser evangelizadora y caritativa es escuchadora de la Palabra.
¡Dichosos los que escuchan la Palabra de Dios y la cumplen como María de Nazaret! Gracias por tu visita. Si te ha gustado añade me gusta. Compártelo en las redes.
La Palabra de Dios es viva y eficaz, más tajante que espada de doble filo, que ilumina la vida de cada hombre y mujer creyentes. Bien sabemos que «el plan de la revelación se realiza por obras y palabras intrínsecamente ligadas…y la verdad profunda de Dios y de la salvación del hombre que transmite dicha revelación, resplandece en Cristo, mediador y plenitud de toda la revelación» (D.V. 2).
21En
aquella hora, se llenó de alegría en el Espíritu Santo y dijo: «Te doy gracias,
Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has escondido estas cosas a los
sabios y entendidos, y las has revelado a los pequeños. Sí, Padre, porque así
te ha parecido bien. 22Todo
me ha sido entregado por mi Padre, y nadie conoce quién es el Hijo sino el
Padre; ni quién es el Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera
revelar». 23Y,
volviéndose a sus discípulos, les dijo aparte: «¡Bienaventurados los ojos que
ven lo que vosotros veis! 24Porque os digo que muchos profetas y reyes quisieron ver lo que
vosotros veis, y no lo vieron; y oír lo que vosotros oís, y no lo oyeron».
Celebramos el Martes de la Primera Semana de Adviento.
El Adviento es un tiempo de esperanza y de conversión, y la razón fundamental de la esperanza es que Dios nos ama apasionadamente a cada uno de nosotros.
La vida cristiana, en su esencia misma, es un encuentro liberador y existencial con el Dios vivo, manifestado plenamente en Cristo, y reconocido por el Espíritu Santo. Y el Adviento es un tiempo privilegiado de gracia para ir avanzando en el ideal de vida.
En el Evangelio del Martes de la Primera Semana de Adviento leemos el Evangelio de San Lucas (Lc 10,21-24).
Jesús nos hace descubrir que el Reino será comprendido desde un corazón sencillo y humilde, al estilo de María que engrandece al Señor que ha confundido a los fuertes y ensalzado a los humildes.
Dios mío, concédenos en este tiempo de Adviento la paciencia que todo lo alcanza, la comprensión que destruye la intransigencia y la intolerancia, la fe que destruye la increencia y la desconfianza, la humildad que agrieta la soberbia y el orgullo, la esperanza que desvanece la amargura y la desesperanza, la oración que fortalece la creencia en el Dios que nos salva.
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