Evangelio del día + breve explicación en un minuto.
La Iglesia antes de ser evangelizadora y caritativa es escuchadora de la Palabra.
¡Dichosos los que escuchan la Palabra de Dios y la cumplen como María de Nazaret! Gracias por tu visita. Si te ha gustado añade me gusta. Compártelo en las redes.
La Palabra de Dios es viva y eficaz, más tajante que espada de doble filo, que ilumina la vida de cada hombre y mujer creyentes. Bien sabemos que «el plan de la revelación se realiza por obras y palabras intrínsecamente ligadas…y la verdad profunda de Dios y de la salvación del hombre que transmite dicha revelación, resplandece en Cristo, mediador y plenitud de toda la revelación» (D.V. 2).
21No
todo el que me dice “Señor, Señor” entrará en el reino de los cielos, sino el
que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos.
24El que escucha estas palabras mías y las pone en práctica se
parece a aquel hombre prudente que edificó su casa sobre roca. 25Cayó
la lluvia, se desbordaron los ríos, soplaron los vientos y descargaron contra
la casa; pero no se hundió, porque estaba cimentada sobre roca. 26El que escucha estas
palabras mías y no las pone en práctica se parece a aquel hombre necio que
edificó su casa sobre arena. 27Cayó la lluvia, se desbordaron los ríos, soplaron los vientos y
rompieron contra la casa, y se derrumbó. Y su ruina fue grande».
Celebramos el Jueves de la Primera Semana de Adviento y la Iglesia celebra la memoria de San Ambrosio.
Jesús de Nazaret descubrió que no siempre nos relacionamos con los demás en claves de justicia y compasión.
Él se dirigía a sus seguidores y les decía algo que debería estar en nuestra mente, en nuestros labios y en nuestro corazón: “Todo lo que querríais que hicieran los demás por vosotros, hacedlo vosotros por ellos, porque eso significan la Ley y los profetas” (Mt 7,12).
En el Evangelio del Jueves de la Primera Semana de Adviento leemos el Evangelio de San Mateo (Mt 7,21.24-27).
Jesús, en el Evangelio, nos advierte que no basta decir “Señor, Señor, para entrar en el Reino de los cielos”, sino “el que haga la voluntad de mi Padre celestial”.
La voluntad del Padre celestial pasa por hacer posible el dinamismo del amor… En el fondo, la voluntad del Padre pasa por amar a Dios con todas nuestras fuerzas y al prójimo como a nosotros mismos. ¡Cómo resuena en este momento, en esta sintonía evangélica, las palabras de San Juan de la Cruz: “Al final de los días nos examinarán del amor”!
¡Ven, Señor Jesús, y destruye nuestros miedos para que podamos entregarnos a Ti sin resistencias, y que podamos decir al Padre! Amén.
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